El Aborto
¿Por qué es algo abominable a los ojos de Dios?
[fam09] Por David Boanerge
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Tabla de Contenido
¿Qué es el aborto?
“El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).
Muchas personas tienen la idea equivocada de que pueden decidir acerca de continuar o terminar con la vida de sus hijos no nacidos. Este es en realidad un engaño diabólico, puesto que el único que tiene derecho a decidir dar o quitar la vida es Dios, y cualquier acción que se tome en ese sentido es un asesinato.
La Palabra de Dios es muy clara al respecto: El aborto es un asesinato, y por lo tanto es algo abominable a los ojos de Dios. Muchas personas tal vez no estén de acuerdo con esto, pues tienen la falsa idea de que ellos pueden decidir sobre sus propios cuerpos y sobre la vida de sus hijos, pero deben saber que a fin de cuentas, el que tiene la última palabra sobre nuestras vidas es Dios.
El aborto es la terminación del embarazo por métodos quirúrgicos (mecánicos) o químicos. Existe el aborto espontáneo, el cual es un proceso natural que ocurre generalmente por cuestiones fisiológicas de la madre, por algún accidente o por alguna malformación genética del pequeño, pero éste es algo no planeado por los padres y por lo tanto no es un crimen. En cambio, el aborto inducido no es otra cosa que un asesinato. Es la madre la que generalmente “decide”, por razones de índole económica, moral o simplemente por no sentirse “preparada”, terminar con la vida de su hijo no nacido y asiste a un lugar en el cual puedan terminar con la vida de su pequeño, aun antes de que pueda salir de su vientre.
Cada año más de 500,000 personas son asesinadas de esta manera en todo el mundo. El aborto se practica desde que el producto tiene unas pocas horas de haberse formado (embrión), o se realiza en una etapa posterior (feto), o en etapas tan tardías como 8 meses y medio (bebé), cuando apenas faltan unas cuantas semanas para el nacimiento. Esto es aún más terrible, puesto que existen casos de pequeños de tan sólo seis meses de gestación que con los cuidados adecuados logran sobrevivir y son perfectamente normales. En este folleto no mencionaremos los salvajes métodos que se utilizan en esta práctica demoníaca, pero lo cierto es que aquellas personas que no vean al aborto como lo que en realidad es, un cruel asesinato a sangre fría, seguramente son personas “sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno” (2ª Timoteo 3:3). Lamentablemente nuestra sociedad está equivocada y ve esta práctica como algo perfectamente aceptable, considerándolo simplemente como el derecho que toda mujer debe tener para decidir respecto a su propio cuerpo.
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¿Es justificable el aborto?
El hecho de que hoy en día la sociedad, la ciencia y el pensamiento hayan avanzado a un punto en el cual el aborto sea visto como algo perfectamente aceptable, no quiere decir que por eso lo sea, o que Dios lo permita. Muchos argumentan que en el Antiguo Testamento una de las pocas menciones que se hace del aborto en apariencia no lo considera un pecado a menos que la madre muera: “Si algunos riñeren, e hirieren a mujer embarazada, y ésta abortare, pero sin haber muerte, serán penados conforme a lo que les impusiere el marido de la mujer y juzgaren los jueces. Mas si hubiere muerte, entonces pagarás vida por vida” (Éxodo 21:22,23). En realidad, lo que sucede es que no se está considerando el contexto adecuadamente. En este pasaje, lo que se está legislando es al aborto como resultado de un accidente. En primer lugar, en aquel entonces no se disponía de los recursos tecnológicos con los que actualmente contamos para terminar con la vida de los nonatos, y en segundo lugar, sólo las personas despreciables y pecadoras en extremo hubieran considerado cometer un acto tan abominable contra sus propios hijos .
¿Qué significa esto? La respuesta es muy simple: aunque la sociedad y los hombres justifiquen el aborto y no lo consideren un horrendo crimen, para Dios es abominación. “Entonces les dijo: Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación” (Lucas 16:15).
¿Podemos decidir sobre nuestros propios cuerpos?
Ahora bien, también estamos engañados respecto a la idea de que uno puede decidir respecto a su propio cuerpo. En realidad, si lo consideramos bien, ningún ser humano tiene potestad sobre su propio cuerpo, desde el momento en que no puede decidir su forma, su tamaño o su color de antemano. Cierto. Por medios artificiales uno puede modificar “un poco” su apariencia, y algunos artefactos manufacturados por el hombre pueden suplir la función de algún miembro o ayudar al correcto funcionamiento de un órgano; sin embargo, es Dios el que determina nuestra forma, como si nos tratáramos de vasos de barro: “Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?” (Romanos 9:20,21).
Seamos sinceros ¿Acaso podemos reclamarle algo a Dios? Él nos formó y así como la obra de nuestras manos no tiene el derecho de reclamarnos nada, tampoco nosotros podemos reclamarle algo a Dios: “Vuestra perversidad ciertamente será reputada como el barro del alfarero. ¿Acaso la obra dirá de su hacedor: No me hizo? ¿Dirá la vasija de aquel que la ha formado: No entendió?” (Isaías 29:16). Algo que debe quedarnos muy claro es que Dios es el que nos formó. Dios es el creador de todos nosotros y el nos formó desde el vientre de nuestras madres: “Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien. No fue encubierto de ti mi cuerpo, bien que en oculto fui formado, y entretejido en lo más profundo de la tierra. Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas” (Salmo 139:13-16).
Somos seres humanos desde el momento de la concepción
Precisamente este pasaje (Salmo 139:13-16) demuestra que desde que uno es formado en el vientre materno, Dios ya está al pendiente de nuestras vidas. Lo que resulta muy relevante es que desde ese momento del desarrollo del ser humano ya existe un conciencia de Dios y del mundo que nos rodea. En Lucas 1:39-44, cuando María visita a su pariente Elizabeth, Juan el bautista, quien de acuerdo con las cuentas de Lucas contaba con seis meses de gestación, ya está plenamente conciente de las cosas físicas y espirituales, pues percibió la visita de María: “Porque tan pronto como llegó la voz de tu salutación a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre” (Lucas 1:44). Es decir, aunque apenas era un feto, Juan se alegró, y lo mismo sucede con cualquier niño que haya sido concebido, pues desde el momento en que Dios lo forma y determina lo que ha de ser, ya es un ser humano.
El plan de Dios: La vida
La Palabra de Dios es muy clara al respecto: Él quiere que tengamos vida: “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).
Un pasaje conmovedor, nos muestra el amor que Dios tiene para nosotros, la obra de sus manos, y parece señalar a aquellas madres que creen tener la capacidad de decidir sobre la vida o muerte de sus hijos: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti” (Isaías 49:15). Algo que debemos tener muy claro es que Dios es el que da la vida “Yo que hago dar a luz, ¿no haré nacer? dijo Jehová. Yo que hago engendrar, ¿impediré el nacimiento? dice tu Dios” (Isaías 66:9). A la luz de este pasaje debemos preguntarnos ¿somos más sabios y poderosos que Dios para impedir el nacimiento?
Los hijos son una bendición de Dios
Desde la antigüedad, tener hijos fue considerado como una bendición de Dios, y por esta razón es que el aborto era visto como una aberración: “He aquí, herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre. Como saetas en mano del valiente, así son los hijos habidos en la juventud. Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos; no será avergonzado cuando hablare con los enemigos en la puerta” (Salmo 127:3-5). De hecho, cuando Dios nos ama y nos bendice, nos da hijos: “Y por haber oído estos decretos y haberlos guardado y puesto por obra, Jehová tu Dios guardará contigo el pacto y la misericordia que juró a tus padres. Y te amará, te bendecirá y te multiplicará, y bendecirá el fruto de tu vientre y el fruto de tu tierra, tu grano, tu mosto, tu aceite, la cría de tus vacas, y los rebaños de tus ovejas, en la tierra que juró a tus padres que te daría. Bendito serás más que todos los pueblos; no habrá en ti varón ni hembra estéril, ni en tus ganados” (Deuteronomio 7:12-14). “Mas a Jehová vuestro Dios serviréis, y él bendecirá tu pan y tus aguas; y yo quitaré toda enfermedad de en medio de ti. No habrá mujer que aborte, ni estéril en tu tierra; y yo completaré el número de tus días” (Éxodo 23:25,26). Tener hijos es una bendición.
Por otra parte, no tener hijos es una maldición: “Dales, oh Jehová, lo que les has de dar; dales matriz que aborte, y pechos enjutos” (Oseas 9:14). Abortar espontáneamente es una maldición. Abortar voluntariamente, es un pecado que merece el infierno.
La decisión no es nuestra: Es de Dios
Una cosa que nos debe quedar muy clara es que el único que puede quitar la vida es Dios: “Jehová mata, y él da vida; él hace descender al Seol, y hace subir” (1ª Samuel 2:6). “Ved ahora que yo, yo soy, y no hay dioses conmigo; yo hago morir, y yo hago vivir; yo hiero, y yo sano; y no hay quien pueda librar de mi mano” (Deuteronomio 32:39). Es por eso que no depende de nosotros decidir respecto a la vida de aquellos que no han nacido. Simplemente, es algo que no nos corresponde y además es un mandato de Dios: “No matarás” (Éxodo 20:13). En caso de hacerlo nos estamos apropiando del papel de Dios y nos hacemos acreedores al castigo divino: “Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.” (Apocalipsis 21:8)
El aborto es un pecado a los ojos de Dios. Ojalá que todos aquellos que están a punto de tener un hijo, recordaran que los hijos son una bendición de Dios: “Y oró Isaac a Jehová por su mujer, que era estéril; y lo aceptó Jehová, y concibió Rebeca su mujer” (Génesis 25:21).
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