Bajo la Tiranía del Tiempo
Porque no tenemos el día de mañana comprado…
Por David Boanerge
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“Mis días son como sombra que se va, Y me he secado como la hierba. Mas tú, Jehová, permanecerás para siempre, Y tu memoria de generación en generación” (Salmo 102:11-12)
Los meses y los años pasan volando. Indudablemente vivimos bajo la tiranía del tiempo. Ayer parecíamos tan jóvenes y eternos, hoy nos vemos al espejo y notamos las arrugas, las canas, las bolsas bajo los ojos. Recordamos con claridad algunas cosas ¡Pero ya pasaron quince o veinte años! El tiempo ha hecho estragos en nuestra persona, hemos comenzado a notar su agobiante peso sobre nuestras espaldas y a hacernos conscientes de nuestra propia mortalidad. Por eso es importante que consideremos los caminos de nuestra vida, porque nadie tiene el día de mañana comprado y es hoy cuando decidiremos el que ha de ser nuestro destino eterno.
Tabla de Contenido
Nuestra vida: Un poco de niebla que se desvanece…
Los seres humanos somos irreflexivos e irracionales. Actuamos como si siempre fuera a haber un mañana, como si fuéramos inmortales. Todos los días nos enteramos que alguna celebridad falleció, que un avión cayó, que un terremoto segó 15,000 vidas en algún lugar del mundo pero nosotros seguimos haciendo planes como si nada. En nuestro fuero interno ya hemos decidido que la próxima semana iremos a comer a tal o cual restaurante, que el mes que viene iremos a visitar a fulano o a mengano, inclusive estamos planeando nuestras próximas vacaciones con un año de anticipación. Esto es pura y simple necedad, porque lo cierto es que nadie, absolutamente nadie, puede afirmar que va a estar vivo el día de mañana…
“¡Vamos ahora! los que decís: Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y traficaremos, y ganaremos; cuando no sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece. En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello” (Santiago 4:13-15). Este pasaje habla de la futilidad de nuestra vida y de lo insensato que resulta hacer planes cuando no podemos estar seguros de lo que va a suceder. Se compara nuestra vida con un poco de neblina que se desvanece. En realidad es un cuadro estremecedor: Nosotros, que creemos ser seres superiores que se encuentran a punto de alcanzar las estrellas, no somos sino una tenue nubecilla de vapor de agua que los primeros rayos del sol disipan con su calor. Prácticamente se compara nuestras vidas con nada…
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Eso es algo muy cierto. La Palabra de Dios dice que el hombre fue formado del polvo de la Tierra (Génesis 2:7) , y finalmente es al polvo de la Tierra al que hemos de volver (Génesis 3:19). A los ojos de Dios, un ser eterno, inmortal, sin principio ni fin de días, nuestras vidas no son nada. Decía el apóstol Pedro “Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día” (2 Pedro 3:8). Para Dios, que mora en la eternidad, nuestras vidas son ridículamente cortas, iguales a nada: “Señor, tú nos has sido refugio De generación en generación. Antes que naciesen los montes Y formases la tierra y el mundo, Desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios. Vuelves al hombre hasta ser quebrantado, Y dices: Convertíos, hijos de los hombres. Porque mil años delante de tus ojos Son como el día de ayer, que pasó, Y como una de las vigilias de la noche. Los arrebatas como con torrente de aguas; son como sueño, Como la hierba que crece en la mañana. En la mañana florece y crece; A la tarde es cortada, y se seca. Porque con tu furor somos consumidos, Y con tu ira somos turbados” (Salmo 90:1-7).
Los Años de Nuestras Vidas
Además de irreflexivos e irracionales, los seres humanos somos crédulos. Ponemos equivocadamente nuestra fe en muchas cosas que no sirven, en vez de depositarla en Dios y en su hijo Jesucristo. La ciencia nos ha prometido que algún día ha de vencer a la muerte y que en un futuro no tan lejano pondrá en nuestras manos, por un precio razonable, la píldora mágica de la vida eterna que nos permitirá seguir viviendo feliz y despreocupadamente por siempre jamás…
Eso también es necedad. Decía David:
“Porque todos nuestros días declinan a causa de tu ira; Acabamos nuestros años como un pensamiento. Los días de nuestra edad son setenta años; Y si en los más robustos son ochenta años, Con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, Porque pronto pasan, y volamos” (Salmo 90:9-10) ¿Cuánto es lo máximo que un hombre puede vivir? ¿100 años? ¿105? Hace poco hubo una mujer en China que celebró su cumpleaños 109, aunque la verdad es que la mayoría de nosotros difícilmente podremos alcanzar dicha edad. Las estadísticas dicen que en los países desarrollados la expectativa de vida es de 78.8 años en promedio. En otros países, dicha expectativa se reduce drásticamente. A veces nos preocupamos porque alguno de nuestros abuelos sólo vivió hasta cierta edad por algún padecimiento, o nos aliviamos, porque la bisabuela fulana vivió unos robustos 94 años y se encontraba lúcida y en pleno uso de sus capacidades, pero tal actitud es completamente ilógica: Nada nos garantiza que nosotros hemos de superar o siquiera alcanzar la edad de ellos.
Al hombre le gustan los números. Se siente seguro calculando sus probabilidades. Se estima que es más fácil morir en un accidente automovilístico que volando en un avión, y hay más probabilidades de morir en un choque de trenes a que nos caiga un rayo. Sin embargo, en sus cálculos y porcentajes el hombre olvida que todo depende de la Voluntad de Dios y nada más ¿Cuántas probabilidades hay de morir ahogado en un tsunami? ¿Una en un millón? ¿Una en cien millones? No obstante las miles de víctimas del tsunami del 2004 en Tailandia igualmente murieron, sin importar las probabilidades a favor o en contra.
Aun suponiendo que nuestra vida sea una vida tranquila y que ningún accidente mortal, enfermedad incurable u homicida psicópata la acorte súbitamente, la pregunta sigue siendo la misma: ¿Cuánto es lo máximo que un hombre puede vivir? Responda esta pregunta, confróntese a sí mismo con esta realidad y honestamente aplíquela a sí mismo ¿Cuánto es lo máximo que usted va a vivir? ¿Estará vivo el día de mañana?
Mañana será otro día
En el Evangelio de Lucas, Jesucristo refiere la parábola de un hombre rico que creía tenerlo todo:
“Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee. También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?” (Lucas 12:15-20). Éste hombre era tan próspero que pensaba ampliar sus graneros y disfrutar de su riqueza el resto de su vida. Él estaba genuinamente convencido que vería el día de mañana, que a partir de ese momento reposaría, comerá, bebería y se regocijaría pues tenía riquezas acumuladas para muchos años, sin embargo ni toda su riqueza pudo comprarle un día más de vida.
En Génesis 6:3 Dios determinó la duración de la vida del hombre:
“Y dijo Jehová: No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; mas serán sus días ciento veinte años” (Génesis 6:3). Existen muchas historias de hombres que supuestamente superaron esa edad límite, pero la verdad es que ni usted, ni yo, ni nadie, puede tener alguna seguridad sobre el día de mañana. El concedernos o no otro día de vida sólo depende de Dios, por eso Jesucristo decía: “Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? […] No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? […] Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal” (Mateo 6:25, 31, 34).
La clave de la Vida Eterna
“El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”
(Juan 10:10) El plan original de Dios era desde que creó al hombre, darnos vida eterna. Ése aún continúa siendo su plan, pero muchas veces no queremos escucharlo:
“Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado,
Y con los oídos oyen pesadamente,
Y han cerrado sus ojos;
Para que no vean con los ojos,
Y oigan con los oídos,
Y con el corazón entiendan,
Y se conviertan,
Y yo los sane”
(Mateo 13:15).
Lo importante es que usted sepa que Dios quiere darle vida eterna y esa vida está en su hijo, Cristo Jesús:
“Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida. Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios” (1 Juan 5:11-13). Piénselo. Dios tiene misericordia de usted pues le ha dado vida hasta este momento para que usted leyera este mensaje y tomara una decisión: “Como el padre se compadece de los hijos, Se compadece Jehová de los que le temen. Porque él conoce nuestra condición; Se acuerda de que somos polvo. El hombre, como la hierba son sus días; Florece como la flor del campo, Que pasó el viento por ella, y pereció, Y su lugar no la conocerá más. Mas la misericordia de Jehová es desde la eternidad y hasta la eternidad sobre los que le temen, Y su justicia sobre los hijos de los hijos; Sobre los que guardan su pacto, Y los que se acuerdan de sus mandamientos para ponerlos por obra” (Salmo 103:13-18).
¿Quiere estar realmente vivo y dejar de ser un esclavo de la muerte y el tiempo para convertirse en un hijo de Dios. Arrepiéntase de sus pecados y haga la siguiente oración con fe, creyendo en su corazón que Jesús puede salvarle:
Señor Jesús, tú eres el único Dios eterno y Salvador, que dejaste tu morada celestial para venir a morir en la cruz para pagar por mis pecados y reconciliarme con Dios por tu bendita sangre. Te pido perdón humildemente y te ruego que me salves de mis pecados y me des la vida eterna que sólo está en ti; reconozco que tú y sólo tú eres el Señor de mi vida. Amén.
¿Has recibido a Jesús como tu Señor y Salvador? No esperes. Recuerda que ahora es el momento
“Porque dice: En tiempo aceptable te he oído, Y en día de salvación te he socorrido. He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Corintios 6:2).
Ahora busca una buena iglesia donde se predique verdaderamente la Palabra de Dios para que puedas vivir la Nueva Vida en Cristo.
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Muy buen post, muy recomendable! Saludos.