Por David Boanerge
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Recientemente se ha extendido una falsa creencia que pregona que todo lo bueno o malo que nos sucede en la vida es porque nosotros de alguna manera lo “atrajimos” al desearlo (o no desearlo).
A esto lo han llamado la “Ley de la Atracción” y según esto uno puede tener toda la riqueza, poder, salud o felicidad que uno desee con solo tener pensamientos positivos y el Universo mismo “conspirará para cumplir nuestros deseos”.
La pregunta aquí sería, si los hombres pueden pedirle al Universo lo que sea, como si este fuera una inmensa lámpara de los deseos que sólo está ahí para cumplir sus más ínfimos caprichos con sólo desearlo con la actitud correcta, ¿porqué todos los hombres al final acaban muriendo? ¿No sería lógico pensar que un hombre, cualquiera, que ama tanto a la vida, que es lo único que tiene y que lo que más desea sobre todas las cosas es vivir, pueda “atraer” hacia sí mismo vida y salud y finalmente no morir?
La Palabra de Dios es muy clara al respecto. Todo aquello que sucede es por la voluntad de Dios y no por otro motivo. A la luz de la Biblia veremos las grandes mentiras que se ocultan detrás de El Secreto.
Tabla de Contenido
Un antiguo secreto “redescubierto”
Según esta nueva filosofía, había un secreto celosamente guardado por antiguas civilizaciones como los egipcios, o por algunos individuos exitosos como Isaac Newton, Winston Churchil o Albert Einstein, que les permitió alcanzar riqueza, salud y felicidad, y que hasta hace poco fue redescubierto.
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Este grandioso “secreto” les permitía a sus poseedores tener todo aquello que quisieran sin grandes esfuerzos y con la seguridad de que lo recibirían por el simple hecho de haberlo deseado con la actitud mental “adecuada”.
Por supuesto, el origen de todo esto no se dice de manera muy clara o explicita. Se da a entender que todo esto se remonta hasta tan atrás como los antiguos egipcios, cuando Hermes Trimegisto, un supuesto alquimista egipcio que se presume era sacerdote del dios Thot, escribió su legado en la Tabla de Esmeralda y lo enterró cerca de las pirámides de Giza. En dichas tablas se exponía El Secreto que le daba a sus afortunados poseedores las llaves del poder y la riqueza.
Orígenes nebulosos, multitud de conjeturas, exceso de sobreentendidos e insinuaciones difíciles de comprobar son la materia prima de todo este engaño que en el fondo busca despertar la codicia de la gente y apartarla de los caminos de Dios. Como analizaremos en el presente folleto todo esto es más bien una estrategia publicitaria que busca hacer que la gente crea en estas falsas doctrinas y corra a su librería más cercana a comprar el libro o la película que le hará conocer el “Secreto” para ser feliz por siempre. Lo cierto es que los que realmente se ponen muy pero muy contentos son los editores, productores, vendedores y toda la gente relacionada con esta farsa que explota la credulidad de la gente y su codicia.
Desde el principio el hombre ha deseado tener lo que no le pertenece. Cuando Eva tomó del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, lo hizo porque codiciaba ser semejante a Dios (Génesis 3). Si partimos de la idea de que uno tiene lo que tiene no porque lo merezca o se haya esforzado por ello, sino simplemente porque Dios es misericordioso y nos ha dado lo que ha querido conforme a Su Voluntad, el panorama comienza a hacerse más claro.
Decía Salomón sobre la codicia “Hay generación cuyos dientes son espadas, y sus muelas cuchillos, Para devorar a los pobres de la tierra, y a los menesterosos de entre los hombres. La sanguijuela tiene dos hijas que dicen: ¡Dame! ¡dame! Tres cosas hay que nunca se sacian; Aun la cuarta nunca dice: ¡Basta! El Seol, la matriz estéril, La tierra que no se sacia de aguas, Y el fuego que jamás dice: ¡Basta!” (Proverbios 30:14-16). Esto es en realidad lo que se esconde detrás de El Secreto, el afán de tener más, de poseerlo todo.
Hombre rico. Hombre muerto.
¿Para qué se afana el hombre en realidad? Una mejor casa, un mejor automóvil, más dinero, mayor aceptación. Todo esto es vanidad y para poco aprovecha. Decía el Señor Jesucristo “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Mateo 16:26a). En realidad toda la riqueza y la felicidad del mundo son temporales, cosas que pasan, que se desvanecen con el tiempo. Los hombres más ricos, todos ellos, han muerto finalmente porque nadie tiene el día de mañana comprado. Jesucristo nos decía: ”También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios”. (Lucas 12:16-21).
Sin embargo el hombre no aprende. Busca lo material, las cosas de este mundo, y deja de lado lo más importante que es su relación con Dios, desprecia el regalo de Dios, la Salvación provista por el sacrificio de Cristo Jesús, y prefiere rogarle “al universo” para que le conceda una mejor casa o un mejor empleo, sin considerar que nada, absolutamente nada de este mundo, es para siempre…
La Ley de la Atracción: Codicia desatada.
Esta nueva filosofía propone lo que ha denominado como “Ley de la Atracción”. Ésta establece que “Todo lo que llega a tu vida (ya sea bueno o malo), tú mismo lo estás atrayendo por el poder de la atracción”.
Es decir, para que uno tenga todo lo que uno quiere debe tener pensamientos positivos y visualizarse disfrutando de ello. Si uno quiere una pareja hermosa no hay problema: visualízate junto a ella. Si uno quiere un auto del año, deséalo con todas tus fuerzas e inclusive haz una prueba de manejo para ayudarte a “sentir” que ya es tuyo. Con la actitud mental adecuada ya te llegará…
Ahora bien, si te va mal o no recibes lo que deseas, es sólo tu culpa. Lo que pasa es que no has sabido manejarte bien ni pensar correctamente, lo que temías fue atraído por ti por no haber sabido ser positivo, así que si estás enfermo, si se muere tu perro o si pierdes el trabajo, fue simplemente tu culpa y de nadie más. Parece que así la “Ley de la Atracción” cubre todas las posibilidades: Si es bueno, tú te lo buscaste; si es malo, tú te lo buscaste. Si en este momento no eres millonario o la persona más feliz del mundo es porque no quieres serlo. El “Universo” quiere hacerte feliz, tú eres el que desea seguir hundido en su propia miseria…
El Universo “conspirador” o la nueva lámpara de Aladino.
Dicen los “poseedores” del secreto: “Haz lo necesario para sentir que tu deseo ya se ha cumplido y el universo entero conspirará para que tus sueños se hagan realidad” ¿Quién es “el universo entero”? ¿Por qué quiere hacerte feliz y cumplir todos tus deseos? ¿Con quién está conspirando para hacer realidad todos tus caprichos? En el mundo occidental es bien conocido el relato de Aladino y la lámpara maravillosa, un jovencillo que encuentra un artefacto mágico que contiene un genio, el cual está dispuesto a hacer todo lo que se le pida. Este tipo de relatos es prácticamente universal. Genios, duendes, hadas y una larga lista de criaturas imaginarias sobrenaturales han protagonizado docenas de historias que pueden resumirse más o menos en una simple frase: “Ordena amo que yo obedezco”. Ahora, según los de El Secreto, es el Universo quien protagoniza el gastado papel de genio benevolente y servicial, lo que sólo nos lleva a concluir que todo eso no se trata mas que de una fábula más versión siglo XXI.
Amor al dinero: Raíz de todos los males
“No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo” (Éxodo 20:17). La Voluntad de Dios no era que nos pasáramos la vida en una carrera de ratas codiciando a la esposa del vecino, su casa o su automóvil. Él quería que fuéramos felices con lo que Él nos dio, sin embargo hay gente que no se conforma, sino que siempre desea más por el simple hecho de tenerlo. Eso se le conoce como amor al dinero: “Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1 Timoteo 6:6-10). La palabra que se traduce en este pasaje como “amor al dinero” es φιλαργυρία [philarguria], literalmente “amor a la plata”. El hombre le concede mucho valor a las cosas que no son importantes; los metales preciosos, las joyas y otros objetos sólo son valiosos por su escasez o por la dificultad en conseguirlos, y tal como afirma la Palabra de Dios, esa ansia por obtenerlos causa mucho dolor.
En realidad resulta imposible imaginar siquiera cuantas personas han muerto o han cometido actos innombrables sólo por poseer un poco más. Este pasaje de las Escrituras es muy claro al respecto “nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar”. Nada. Los faraones, con toda su riqueza y el lujo con que se hacían enterrar, no pudieron llevarse nada, ni una sola moneda, y mucho menos disfrutar de ello después de su muerte. Si realmente poseían el Secreto, para bien poco les sirvió. Los egipcios y cualquier otra civilización que pueda haber compartido El Secreto finalmente desaparecieron y con ellos toda su gloria y prosperidad. El 30 de junio del año 30 a.C. Octavio entró en Alejandría convirtiendo a Egipto en una mera provincia romana que fue dividida y cuyos despojos finalmente fueron arrebatados por los árabes hacia 640 d.C.
¿No pudo evitar esto la actitud positiva, la visualización y el conocimiento del antiguo Secreto? ¿O simplemente ellos mismos se buscaron su decadencia al atraerlo por no habérselo sabido pedir al Universo?
Todas las cosas provienen de Dios
Dice el salmista “Si Jehová no edificare la casa, En vano trabajan los que la edifican; Si Jehová no guardare la ciudad, En vano vela la guardia” (Salmo 127:1). Esto es algo que debe quedarnos muy claro: Si Dios no lo permite, si no está en Su Voluntad que algo suceda, simplemente no pasará, por más que lo deseemos o nos esforcemos en tenerlo. El apóstol Pablo comentó al respecto: “Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (Romanos 9:16). La gente pide y pide, pero no recibe, porque pide mal y le pide a lo creado y no al creador: “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (Santiago 4:1-3).
¿Por qué es esto relevante? Porque sólo Dios puede darnos las verdaderas riquezas, la vida eterna. La gente se pasa la vida queriendo tener más, acumulando riquezas (o al menos intentándolo), cuando la verdad es que en el fondo todos sabemos que ese afán es en vano. El hombre más rico, el hombre más famoso, inclusive el hombre más feliz del mundo, al final de su camino, cuando sus fuerzas fallan y nada, ni el dinero, ni la medicina ni sus deseos más positivos y fervientes le permiten seguir con vida, al final tiene que enfrentarse con un hecho inamovible. Nada de lo que hizo, de lo que tuvo, de lo que disfrutó o por lo que se alegró, nada permanece, y ante él se haya la eternidad.
Recordemos esas palabras y meditemos en ellas: “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Mateo 16:26a) ¿Cuánto vale el alma de un hombre? ¿Cómo podría uno pagar por algo que está más allá de las riquezas porque es eterno? No nos engañemos. El verdadero secreto que la gente no quiere que se conozca es que este mundo va a pasar, pero nuestras almas son inmortales y es aquí donde podemos elegir cuál va a ser nuestra eternidad. Pero ese secreto fue develado hace 2000 años en una cruz de madera, cuando el Hijo de Dios derramó su sangre como propiciación por nuestros pecados para reconciliarnos con Dios, y por ello se le llamó Evangelio, “Buenas noticias”.
En efecto, esas buenas noticias no son un secreto. Jesucristo nos dijo que las anunciáramos, que las proclamáramos desde las azoteas, y es por eso que en este momento tienes este folleto en tus manos. El Secreto te anima a que le pidas al Universo cosas que son perecederas y que a fin de cuentas no sirven para nada. En esta hora te invitamos a que le pidas al Único y Verdadero Dios y a Su Hijo Jesucristo, la verdadera riqueza: El Don de la Vida eterna.
Haz la siguiente oración: Señor Jesús, reconozco que soy un pecador y que estaba muy equivocado buscando las falsas riquezas y la vanagloria de este mundo. Humildemente te pido que me perdones y que me des la verdadera riqueza, el don de la vida eterna. Te suplico que seas mi Señor y Salvador y que me muestres el verdadero camino para llegar a ti. Amén.
Ahora no lo mantengas en secreto, dile al mundo que Jesús te ha salvado y alégrate, porque has encontrado el verdadero tesoro: ser un hijo de Dios.
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