DIOS VIVE MUY LEJOS DE LA REALIDAD
Por David Boanerge
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DIOS VIVE MUY LEJOS DE LA REALIDAD
Al final del tiempo, billones de personas estaban repartidas en un gran campo delante del trono de Dios. Algunos de los grupos, cerca del frente, hablaban acaloradamente, no apenados o en voz baja, sino con beligerancia. “¿Cómo puede juzgarnos Dios?” “¿Cómo puede saber Él lo que es el sufrimiento?” decía una mujer morena. Ella levantó su manga para mostrar un bárbaro tatuaje del número que le habían asignado en un campo de concentración de los Nazis, “¡Nosotros sufrimos terror, golpes, tortura, muerte!”
En otro grupo, un hombre afroamericano bajó el cuello de su camisa. “¿Y qué de esto?” demandaba, mostrando una quemadura provocada por la soga de una horca. “¡Linchado sin crimen únicamente por el color de mi piel!…Hemos sido sofocados en los barcos de esclavos, separados de nuestras familias y obligados a trabajar como animales hasta que la muerte nos dio nuestra libertad”.
Por todo ese inmenso campo había millares de grupos. Cada uno tenía una queja contra Dios por los males que había permitido en “Su” mundo. Cuanta suerte tenía Dios de vivir en el cielo, donde todo era luz y dulzura, donde no había lágrimas, terror, hambre ni odios. ¿Realmente que sabía Dios de la vida que se tuvo que vivir en este mundo? “Después de todo, Dios vivía una vida muy lejos de la realidad”, decían.
Entonces cada grupo envió un representante, escogido de entre todos porque había sufrido más que el resto. Había entre ellos un judío, un negro, un intocable de la India, un hijo ilegítimo, una persona de Hiroshima y uno de un campo de trabajos forzados en Siberia. En el centro del campo consultaron juntos. Finalmente estuvieron listos para presentar su caso. Era muy simple: Antes de que Dios pudiera estar calificado para juzgarlos, Él tenía que sufrir lo que ellos habían sufrido. ¡Su decisión fue que Dios debía ser sentenciado a vivir en la Tierra como un hombre!…
Pero, porque era Dios, ellos propusieron algunas medidas para asegurar que no pudiera utilizar sus poderes divinos para ayudarse.
Déjalo nacer judío.
Deja que la legitimidad de su nacimiento esté en duda, para que nadie sepa quién es su padre.
Déjalo pelear una causa justa, que le traiga odio, condenación y ponga a todas las autoridades tradicionales y religiosas de su época en su contra.
Deja que él trate de describir lo que ningún hombre ha visto, saboreado o palpado…deja que él trate de comunicar a Dios al hombre.
Deja que sea traicionado por sus propios amigos.
Deja que sea arrestado bajo cargos falsos, juzgado por un tribunal con prejuicios y condenado por un juez cobarde.
Deja que él sienta lo que es estar solo y completamente abandonado.
Deja que sea torturado y… ¡déjalo morir! Deja que muera de la manera más humilde, con ladrones comunes y asesinos.
Mientras cada representante anunciaba su porción de la sentencia, se escuchaban fuertes gritos de aprobación de la gran multitud. Cuando el último de los representantes terminó de dar su sentencia, había un gran silencio. Nadie se movía y mucho menos se atrevía a hablar, porque repentinamente todos se dieron cuenta de que en Cristo Jesús…
…Dios ya había cumplido su sentencia.
Esta historia fue escrita hace más de treinta años, pero no por ello ha perdido su vigencia. Es cierto, algún día todos tendremos que presentarnos ante el gran trono de Dios y daremos cuenta de nuestros actos. Lo más triste es que al igual que los hombres de la historia NO tendremos justificación alguna delante de Dios.
Al igual que los hombres de la historia callaremos, porque repentinamente nos daremos cuenta de que delante de Dios, el Dios que creó el cielo y la Tierra, que nos formó del polvo de la misma y que ha existido desde siempre jamás, nadie, ni aún el hombre más valiente o el más bueno que haya existido, podrá decir cosa alguna para justificarse delante de Él.
¿Te gustaría saber el final de la historia?: “Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” Apocalípsis 20:15
Así es, delante de Dios todos estamos muertos en nuestros delitos y en nuestros pecados: “Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” Romanos 3:23; “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” Romanos 6:23
Por lo tanto, nuestro destino final, al igual que el de aquella multitud de la historia, es el infierno de fuego, donde pasaremos toda la ETERNIDAD.
¿Existe pues alguna esperanza para nosotros?
¡Claro! ¡La solución es Cristo Jesús, aquel que ya cumplió con la sentencia!: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” Rom 5:8
Es cierto, Dios caminó entre nosotros, sufriendo en su propia carne el pago de nuestros pecados y nuestras iniquidades, Dios se hizo hombre para poder morir por nosotros, para llevar en su muerte el precio de nuestros pecados y con ello darnos una esperanza, ¡darnos vida!
Por ello, no es necesario que en aquel día final nos encontremos con los quejosos de la multitud que no tienen esperanza, sólo haz la siguiente oración: Señor Jesús: Reconozco que soy un pecador y que por la multitud de mis pecados merezco ir al infierno; me arrepiento de todos mis pecados porque se que en tu infinito amor, tú pagaste en la cruz por ellos, por lo cual te acepto como mi Señor y Salvador y acepto el don de la vida eterna. Amén.
Ahora sabes que no es cierto que Dios viva muy lejos de la realidad…
¡Ahora sabes que es una realidad que Dios vive en tu corazón!
IGLESIA BAUTISTA FUNDAMENTAL.
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